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3 jun 2013

Cuando la imaginación estuvo al poder


Por Paula Romero González
Cortesía

Mayo del 68 fue y es un sueño para los jóvenes que 45 años después siguen creyendo que la utopía es posible”.

José Daniel García Sánchez es un barranquillero que vivió los albores del movimiento estudiantil en la Universidad Nacional de Colombia. Hoy, lejos de los jeans acampanados, de las tardes agitadas en el campus, o las asambleas estudiantiles, es doctorado en Ciencias de la Educación y profesor de la Universidad del Atlántico.


Ahora se sienta a hablar de aquellos años con una amplia sonrisa, recordándola como una época de expresión y reivindicación cultural donde la imaginación de cientos de jóvenes estuvo, como demandaban los eslóganes, al poder.
Casi medio siglo después, los acontecimientos de mayo del 68 se siguen reconociendo hoy como una gran revolución cultural. En Colombia, la movilización estudiantil, motivada por las revueltas europeas, llegó tres años más tarde, y en 1971 miles de jóvenes engrosaron las filas de una lucha contra la opresión del sistema.

Las décadas de los 60 y 70 estuvieron muy marcados por una creciente violencia política, económica y social en el mundo entero, como consecuencia de la crisis global. En diferentes frentes se disputaban un Tercer Mundo recién nacido a la independencia y ahogado en la pobreza, el conflicto contra Vietnam, la guerra de liberación de Argelia, el movimiento de Patricio Lumumba en el Congo, el levantamiento de la Primavera de Praga, la revolución cultural impulsada por Mao Tse Tung en China, la revolución cubana, de fuerte calado en América Latina, y un sistema enfrentado internacionalmente en dos bloques contrapuestos y basado en la amenaza nuclear.
Por otro lado, en el ámbito ideológico se desarrollaba una serie de corrientes antiimperialistas, anticapitalistas, neomarxistas, castristas, troskistas, maoístas, estructuralistas y freudianas que desembocaban en Herbert Marcuse y en la Teoría Crítica de Theodor Adorno. A su vez, la muchedumbre pauperizada del campo y las ciudades de los países oprimidos, particularmente sus jóvenes intelectuales, fueron sensibles a estas influencias emancipadoras, donde confluyó la cultura hippie y los aires exaltados de los cincos continentes deseosos de libertad.
Todos estos factores fueron caldo de cultivo para agitar a una sociedad que caminaba anacrónica entre los intereses excluyentes de una clase dominante y unas políticas económicas de apertura muy disonantes a las necesidades reales de la comunidad.
“Seamos realistas, pidamos lo imposible”.
“Mayo del 68 no tuvo cronológicamente una reacción inmediata, sino que las repercusiones del mayo francés se dieron en espacios y tiempos distintos. Los japoneses lo vivieron más o menos entre el 68 y 69. Los norteamericanos, antes, en una unión entre los hippies de los años 60 y el movimiento estudiantil denominado la ‘nueva historia norteamericana’.
En América Latina las repercusiones tampoco fueron simultáneas a los sucesos de París. En Colombia lo que se dio fue una especie de sala que se une con los movimientos que en ese momento tienen gran repercusión, como la revolución cubana y el guevarismo, que conecta con las ideas del mayo francés”, comenta Harold Ballesteros, profesor de la Universidad Autónoma del Caribe.
Harold fue presidente del Consejo Estudiantil del Instituto Politécnico Municipal, en el Valle del Cauca, donde se dieron consecutivas huelgas, paros educativos y una fuerte resistencia del estudiantado. “Paralizamos casi ocho meses la Universidad y hubo una especie de consolidación de conciencia de miles de estudiantes de la región y del país. La represión del Gobierno fue tan dura que muchos tuvieron dos opciones: o nos dejábamos matar o agarrábamos un arma y nos enfrentábamos al Estado.
Fue entonces cuando vimos vaciarse los salones de clases y muchos compañeros se marcharon al sur para engrosar diferentes grupos guerrilleros como el M-19, liderado por Jaime Bateman, que había sido muy atractivo por la óptima utilización de la publicidad”.
Por aquel entonces había varias brechas abiertas que evidenciaban la crisis de la sociedad colombiana. Por un lado se daba un modelo de alternancia bipartidista entre liberales y conservadores, conocido como el Frente Nacional, que pretendía instaurar una aparente democracia tras la caída del general Rojas Pinilla. Por otro, se planteaba el problema de la tierra y una reforma agraria inconclusa, con fuertes focos de violencia, desempleo y pobreza, mientras que la economía extranjera comenzaba a hacer mella territorial.
En los años 60 surgen varios grupos guerrilleros motivados por la ola de revolución internacional, como el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL), o las Farc, que combaten contra la dura represión del Estado.
A su vez, el Gobierno lanzó un proyecto educativo conocido como el Estatuto Docente, donde se contemplaba una serie de recortes a los presupuestos, una optimización de la enseñanza y la consecutiva privatización de los centros educativos.
En 1970 las urnas dieron a Misael Pastrana como Presidente de Colombia, en medio de unas crecidas protestas de varios sectores, como el movimiento indígena, el paro de los obreros y la clase trabajadora o las huelgas universitarias.
Es al tenor de ese contexto cuando los estudiantes colombianos, con los ojos puestos en el movimiento de Tlatelolco (México, 1968), el de Córdoba (Argentina, 1969), conocido como el Cordobazo, y el pionero mayo francés de la vanguardista capital parisina, comienzan a movilizarse desde instituciones públicas y privadas.
Las universidades Nacional y del Valle fueron pilotos en las políticas de penetración de acuerdos educativos norteamericanos y, por tanto, las primeras en reaccionar.
“Prohibido prohibir”
El 7 de febrero comenzó la huelga estudiantil en la Universidad del Valle. Diecinueve días después, las protestas fueron duramente reprimidas por el Ejército colombiano, dejando un total de 20 muertos en el enfrentamiento. Misael Pastrana declaró de inmediato el Estado de Sitio, implicando controles a la radio, ley seca y medidas de seguridad.
En solidaridad con los estudiantes, la Universidad Nacional secundó el paro estudiantil, y aquello motivó a la comunidad universitaria para que se levantara en múltiples protestas por todo el país, desde la Universidad de Nariño hasta la del Atlántico, en Barranquilla.
Fue entonces cuando salieron a relucir los debates que habían estado guardados bajo la ‘ley del silencio’. Aspectos de tipo académico o financiero eran los que más preocupaban a la comunidad universitaria, que exigió la eliminación de los representantes del sector privado y de la Iglesia en el consejo superior universitario y rechazó la penetración de la cultura norteamericana y su intromisión en las políticas nacionales de Educación Superior.
“En ese momento, la Universidad del Valle tenía unos convenios con fundaciones norteamericanas que estaban experimentando en algunos barrios pobres de Cali, convirtiéndolos en conejillos de indias. Recuerdo que nos levantamos contra la Fundación Rockefeller y otras que estaban en ese entonces desarrollando experimentos científicos para el control de la natalidad”, apunta Harold.
(Izq) Debido a las huelgas universitarias, Pastrana Borrero declaró el Estado de Sitio. (El País, de Cali, Archivo de Internet). (Der) Registro del diario ‘El País’, de Cali, del día que comenzaron las primeras revueltas violentas en Colombia. En Cali se concentró con mayor fuerza el movimiento estudiantil, y fue allí donde hubo más bajas de estudiantes.
El epicentro del debate en el movimiento estudiantil lo definió el Programa Mínimo, que sentó las bases de un proyecto sólido de acuerdo con el Gobierno. “Fue aprobado en el segundo de los varios encuentros nacionales de estudiantes realizados aquel año. Comprendía el conjunto de las reivindicaciones claves de estudiantes y profesores”, comenta Marcelo Torres, dirigente estudiantil de la Universidad Nacional y alcalde hoy de Magangué, Bolívar, en una entrevista a la revista Teorema.
Los pilares de ese programa estaban auspiciados por las reivindicaciones y propuestas ya promovidas en el Manifiesto de Córdoba (Argentina), en 1918, donde se llamaba a formar un cogobierno entre el universitario y el profesorado, la libertad de cátedra y de investigación, la autonomía de la universidad, unas oposiciones de carácter público y la democratización de la educación.
“De los diferentes encuentros estudiantiles que se realizaron a lo largo de 1971, el cuarto, organizado en la ciudad de Cali, se llevó en la clandestinidad; y el quinto, que pretendía ser en la ciudad de Barranquilla, acabó realizándose en Bogotá a finales de mayo, debido a que varios líderes del movimiento fueron apresados”, aclara Mauricio Vargas, estudiante de psicología y promotor del blog ‘Movimiento Estudiantil 1971’.
“Las ideas se combaten con ideas”
Tras nueve meses de tensión y lucha en las calles, el movimiento estudiantil tomó un nuevo rumbo. Una reiterada oleada de manifestaciones y enfrentamientos callejeros volvió a recorrer el país en los días de octubre, los más violentos tuvieron lugar en Medellín y Barranquilla.
En el albor de los conflictos, Misael Pastrana cedió a la petición de los estudiantes y el 23 de ese mes expidió el decreto oficial que constituía el nuevo gobierno universitario. A principios de 1972 se llevó a cabo el cogobierno, aunque apenas se prorrogó un semestre. “El cogobierno solo tuvo tiempo de realizar una labor preparatoria y allanar algunos obstáculos. No pudo ni siquiera empezar su papel más importante como instrumento de la revolución: la tarea de determinar el contenido de la enseñanza”, responde Marcelo Torres a la revista Teorema.
“Aquel descalabro se debió al estado de confusión y de desorganización reinantes entre el estudiantado. Contribuyeron decisivamente las fuerzas extremoizquierdistas, quienes desataron contra el Moir y la Juventud Patriótica una feroz campaña influyendo en la abstención de la masa estudiantil. El cogobierno sucumbió así entre el fuego cruzado del Gobierno y el ultraizquierdismo”.
Mayo del 68 fue una “convulsión de la sociedad francesa que se expresó en los estudiantes, pero que equivocaron el camino porque no dejaron que el movimiento obrero o campesino se expresara como tal, sino que trató de sustituirlo todo. La descreencia de toda institución. No había ninguna propuesta de asumir el control del Estado. Algo similar ocurre con el actual movimiento de los ‘indignados’, a lo que Zygmunt Bauman dice que con las emociones se puede acabar todo, pero con las emociones no se construye nada”, finaliza su relato Harold.
“La imaginación al poder”

Muy pocos son los estudiantes que hoy conocen la historia de sus mayores, pocos los que entonan el mensaje “Papá, cuéntame otra vez” del cantautor español Ismael Serrano. Pocos los que creen en la transformación real a partir de un sueño, pero muchos los que aspiran a alcanzar aquella utópica Isla de Tomás Moro.
Los años que siguieron en el sistema educativo en Colombia no mejoraron y muchos analistas denominaron los ochenta como la “década perdida”. El movimiento se vino a menos debido a su anárquica dirección y los influjos sociales que se estaban desarrollando paralelamente fuera de las aulas apagaron los fueros esperanzadores de los estudiantes ansiosos de cambio.
La violencia hizo estragos en la realidad colombiana, mientras que los debates se abrieron en torno a dogmatismos y fundamentalismos donde predominaba la intolerancia por las ideas ajenas, cobrando el alto precio de vidas humanas.
No fue hasta 2011 cuando el movimiento estudiantil volvió a resurgir en Colombia con la unión de miles de estudiantes, docentes y sindicatos que paralizaron indefinidamente la Universidad hasta la caída del Proyecto de Reforma de la Educación Superior en el gobierno de Santos (la Ley 30). Un aliciente que llenó las esperanzas de miles de jóvenes que vieron cómo la lucha organizada es posible.
Para otros, viejos en edad pero jóvenes en espíritu, los años de la imaginación continúan vigentes. Sin embargo, en el sosiego de la experiencia y en el aprendizaje de la vida han encontrado una nueva forma de ver el poder. “Por aquel entonces nos decían que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, han pasado 45 años y todavía no ha llegado”, señala el profesor José Daniel Sánchez, “la revolución llega como la planteaba aquel mayo, empezando por uno mismo. Una revolución de los sueños, del sexo, del amor, de las opciones y reivindicaciones más fundamentales del ser”.

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