Tomado de: El Heraldo, Revista Latitud
Cortesía
Mayo del 68 fue y es un sueño para los jóvenes que 45 años después siguen creyendo que la utopía es posible”.
José Daniel García Sánchez es un barranquillero que vivió los albores del movimiento estudiantil en la Universidad Nacional de Colombia. Hoy, lejos de los jeans acampanados, de las tardes agitadas en el campus, o las asambleas estudiantiles, es doctorado en Ciencias de la Educación y profesor de la Universidad del Atlántico.
Ahora se sienta a hablar de aquellos años con una amplia sonrisa, recordándola como una época de expresión y reivindicación cultural donde la imaginación de cientos de jóvenes estuvo, como demandaban los eslóganes, al poder.
Casi medio siglo después, los acontecimientos de mayo del 68 se siguen reconociendo hoy como una gran revolución cultural. En Colombia, la movilización estudiantil, motivada por las revueltas europeas, llegó tres años más tarde, y en 1971 miles de jóvenes engrosaron las filas de una lucha contra la opresión del sistema.
Las décadas de los 60 y 70 estuvieron muy marcados por una creciente violencia política, económica y social en el mundo entero, como consecuencia de la crisis global. En diferentes frentes se disputaban un Tercer Mundo recién nacido a la independencia y ahogado en la pobreza, el conflicto contra Vietnam, la guerra de liberación de Argelia, el movimiento de Patricio Lumumba en el Congo, el levantamiento de la Primavera de Praga, la revolución cultural impulsada por Mao Tse Tung en China, la revolución cubana, de fuerte calado en América Latina, y un sistema enfrentado internacionalmente en dos bloques contrapuestos y basado en la amenaza nuclear.
José Daniel García Sánchez es un barranquillero que vivió los albores del movimiento estudiantil en la Universidad Nacional de Colombia. Hoy, lejos de los jeans acampanados, de las tardes agitadas en el campus, o las asambleas estudiantiles, es doctorado en Ciencias de la Educación y profesor de la Universidad del Atlántico.
Ahora se sienta a hablar de aquellos años con una amplia sonrisa, recordándola como una época de expresión y reivindicación cultural donde la imaginación de cientos de jóvenes estuvo, como demandaban los eslóganes, al poder.
Casi medio siglo después, los acontecimientos de mayo del 68 se siguen reconociendo hoy como una gran revolución cultural. En Colombia, la movilización estudiantil, motivada por las revueltas europeas, llegó tres años más tarde, y en 1971 miles de jóvenes engrosaron las filas de una lucha contra la opresión del sistema.
Las décadas de los 60 y 70 estuvieron muy marcados por una creciente violencia política, económica y social en el mundo entero, como consecuencia de la crisis global. En diferentes frentes se disputaban un Tercer Mundo recién nacido a la independencia y ahogado en la pobreza, el conflicto contra Vietnam, la guerra de liberación de Argelia, el movimiento de Patricio Lumumba en el Congo, el levantamiento de la Primavera de Praga, la revolución cultural impulsada por Mao Tse Tung en China, la revolución cubana, de fuerte calado en América Latina, y un sistema enfrentado internacionalmente en dos bloques contrapuestos y basado en la amenaza nuclear.
Por otro lado, en el ámbito ideológico se desarrollaba una serie de
corrientes antiimperialistas, anticapitalistas, neomarxistas,
castristas, troskistas, maoístas, estructuralistas y freudianas que
desembocaban en Herbert Marcuse y en la Teoría Crítica de Theodor
Adorno. A su vez, la muchedumbre pauperizada del campo y las ciudades de
los países oprimidos, particularmente sus jóvenes intelectuales,
fueron sensibles a estas influencias emancipadoras, donde confluyó la
cultura hippie y los aires exaltados de los cincos continentes deseosos
de libertad.
Todos estos factores fueron caldo de cultivo para agitar a una sociedad
que caminaba anacrónica entre los intereses excluyentes de una clase
dominante y unas políticas económicas de apertura muy disonantes a las
necesidades reales de la comunidad.
“Seamos realistas, pidamos lo imposible”.
“Mayo del 68 no tuvo cronológicamente una reacción inmediata, sino que
las repercusiones del mayo francés se dieron en espacios y tiempos
distintos. Los japoneses lo vivieron más o menos entre el 68 y 69. Los
norteamericanos, antes, en una unión entre los hippies de los años 60 y
el movimiento estudiantil denominado la ‘nueva historia
norteamericana’.
En América Latina las repercusiones tampoco fueron simultáneas a los
sucesos de París. En Colombia lo que se dio fue una especie de sala que
se une con los movimientos que en ese momento tienen gran repercusión,
como la revolución cubana y el guevarismo, que conecta con las ideas
del mayo francés”, comenta Harold Ballesteros, profesor de la
Universidad Autónoma del Caribe.
Harold fue presidente del Consejo Estudiantil del Instituto Politécnico
Municipal, en el Valle del Cauca, donde se dieron consecutivas
huelgas, paros educativos y una fuerte resistencia del estudiantado.
“Paralizamos casi ocho meses la Universidad y hubo una especie de
consolidación de conciencia de miles de estudiantes de la región y del
país. La represión del Gobierno fue tan dura que muchos tuvieron dos
opciones: o nos dejábamos matar o agarrábamos un arma y nos
enfrentábamos al Estado.
Fue entonces cuando vimos vaciarse los salones de clases y muchos
compañeros se marcharon al sur para engrosar diferentes grupos
guerrilleros como el M-19, liderado por Jaime Bateman, que había sido
muy atractivo por la óptima utilización de la publicidad”.
Por aquel entonces había varias brechas abiertas que evidenciaban la
crisis de la sociedad colombiana. Por un lado se daba un modelo de
alternancia bipartidista entre liberales y conservadores, conocido como
el Frente Nacional, que pretendía instaurar una aparente democracia
tras la caída del general Rojas Pinilla. Por otro, se planteaba el
problema de la tierra y una reforma agraria inconclusa, con fuertes
focos de violencia, desempleo y pobreza, mientras que la economía
extranjera comenzaba a hacer mella territorial.
En los años 60 surgen varios grupos guerrilleros motivados por la ola
de revolución internacional, como el Ejército de Liberación Nacional
(ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL), o las Farc, que combaten
contra la dura represión del Estado.
A su vez, el Gobierno lanzó un proyecto educativo conocido como el
Estatuto Docente, donde se contemplaba una serie de recortes a los
presupuestos, una optimización de la enseñanza y la consecutiva
privatización de los centros educativos.
En 1970 las urnas dieron a Misael Pastrana como Presidente de Colombia,
en medio de unas crecidas protestas de varios sectores, como el
movimiento indígena, el paro de los obreros y la clase trabajadora o
las huelgas universitarias.
Es al tenor de ese contexto cuando los estudiantes colombianos, con los
ojos puestos en el movimiento de Tlatelolco (México, 1968), el de
Córdoba (Argentina, 1969), conocido como el Cordobazo, y el pionero mayo
francés de la vanguardista capital parisina, comienzan a movilizarse
desde instituciones públicas y privadas.
Las universidades Nacional y del Valle fueron pilotos en las políticas
de penetración de acuerdos educativos norteamericanos y, por tanto, las
primeras en reaccionar.
“Prohibido prohibir”
El 7 de febrero comenzó la huelga estudiantil en la Universidad del
Valle. Diecinueve días después, las protestas fueron duramente
reprimidas por el Ejército colombiano, dejando un total de 20 muertos en
el enfrentamiento. Misael Pastrana declaró de inmediato el Estado de
Sitio, implicando controles a la radio, ley seca y medidas de seguridad.
En solidaridad con los estudiantes, la Universidad Nacional secundó el
paro estudiantil, y aquello motivó a la comunidad universitaria para
que se levantara en múltiples protestas por todo el país, desde la
Universidad de Nariño hasta la del Atlántico, en Barranquilla.
Fue entonces cuando salieron a relucir los debates que habían estado
guardados bajo la ‘ley del silencio’. Aspectos de tipo académico o
financiero eran los que más preocupaban a la comunidad universitaria,
que exigió la eliminación de los representantes del sector privado y de
la Iglesia en el consejo superior universitario y rechazó la
penetración de la cultura norteamericana y su intromisión en las
políticas nacionales de Educación Superior.
“En ese momento, la Universidad del Valle tenía unos convenios con
fundaciones norteamericanas que estaban experimentando en algunos
barrios pobres de Cali, convirtiéndolos en conejillos de indias.
Recuerdo que nos levantamos contra la Fundación Rockefeller y otras que
estaban en ese entonces desarrollando experimentos científicos para el
control de la natalidad”, apunta Harold.
El epicentro del debate en el movimiento estudiantil lo definió el Programa Mínimo, que sentó las bases de un proyecto sólido de acuerdo con el Gobierno. “Fue aprobado en el segundo de los varios encuentros nacionales de estudiantes realizados aquel año. Comprendía el conjunto de las reivindicaciones claves de estudiantes y profesores”, comenta Marcelo Torres, dirigente estudiantil de la Universidad Nacional y alcalde hoy de Magangué, Bolívar, en una entrevista a la revista Teorema.
Los pilares de ese programa estaban auspiciados por las
reivindicaciones y propuestas ya promovidas en el Manifiesto de Córdoba
(Argentina), en 1918, donde se llamaba a formar un cogobierno entre el
universitario y el profesorado, la libertad de cátedra y de
investigación, la autonomía de la universidad, unas oposiciones de
carácter público y la democratización de la educación.
“De los diferentes encuentros estudiantiles que se realizaron a lo
largo de 1971, el cuarto, organizado en la ciudad de Cali, se llevó en
la clandestinidad; y el quinto, que pretendía ser en la ciudad de
Barranquilla, acabó realizándose en Bogotá a finales de mayo, debido a
que varios líderes del movimiento fueron apresados”, aclara Mauricio
Vargas, estudiante de psicología y promotor del blog ‘Movimiento
Estudiantil 1971’.
“Las ideas se combaten con ideas”
Tras nueve meses de tensión y lucha en las calles, el movimiento
estudiantil tomó un nuevo rumbo. Una reiterada oleada de manifestaciones
y enfrentamientos callejeros volvió a recorrer el país en los días de
octubre, los más violentos tuvieron lugar en Medellín y Barranquilla.
En el albor de los conflictos, Misael Pastrana cedió a la petición de
los estudiantes y el 23 de ese mes expidió el decreto oficial que
constituía el nuevo gobierno universitario. A principios de 1972 se
llevó a cabo el cogobierno, aunque apenas se prorrogó un semestre.
“El cogobierno solo tuvo tiempo de realizar una labor preparatoria y
allanar algunos obstáculos. No pudo ni siquiera empezar su papel más
importante como instrumento de la revolución: la tarea de determinar el
contenido de la enseñanza”, responde Marcelo Torres a la revista
Teorema.
“Aquel descalabro se debió al estado de confusión y de desorganización
reinantes entre el estudiantado. Contribuyeron decisivamente las
fuerzas extremoizquierdistas, quienes desataron contra el Moir y la
Juventud Patriótica una feroz campaña influyendo en la abstención de la
masa estudiantil. El cogobierno sucumbió así entre el fuego cruzado
del Gobierno y el ultraizquierdismo”.
Mayo del 68 fue una “convulsión de la sociedad francesa que se expresó
en los estudiantes, pero que equivocaron el camino porque no dejaron
que el movimiento obrero o campesino se expresara como tal, sino que
trató de sustituirlo todo. La descreencia de toda institución. No había
ninguna propuesta de asumir el control del Estado. Algo similar ocurre
con el actual movimiento de los ‘indignados’, a lo que Zygmunt Bauman
dice que con las emociones se puede acabar todo, pero con las emociones
no se construye nada”, finaliza su relato Harold.
“La imaginación al poder”
Muy pocos son los estudiantes que hoy conocen la historia de sus
mayores, pocos los que entonan el mensaje “Papá, cuéntame otra vez” del
cantautor español Ismael Serrano. Pocos los que creen en la
transformación real a partir de un sueño, pero muchos los que aspiran a
alcanzar aquella utópica Isla de Tomás Moro.
Los años que siguieron en el sistema educativo en Colombia no mejoraron
y muchos analistas denominaron los ochenta como la “década perdida”.
El movimiento se vino a menos debido a su anárquica dirección y los
influjos sociales que se estaban desarrollando paralelamente fuera de
las aulas apagaron los fueros esperanzadores de los estudiantes
ansiosos de cambio.
La violencia hizo estragos en la realidad colombiana, mientras que los
debates se abrieron en torno a dogmatismos y fundamentalismos donde
predominaba la intolerancia por las ideas ajenas, cobrando el alto
precio de vidas humanas.
No fue hasta 2011 cuando el movimiento estudiantil volvió a resurgir en
Colombia con la unión de miles de estudiantes, docentes y sindicatos
que paralizaron indefinidamente la Universidad hasta la caída del
Proyecto de Reforma de la Educación Superior en el gobierno de Santos
(la Ley 30). Un aliciente que llenó las esperanzas de miles de jóvenes
que vieron cómo la lucha organizada es posible.
Para otros, viejos en edad pero jóvenes en espíritu, los años de la
imaginación continúan vigentes. Sin embargo, en el sosiego de la
experiencia y en el aprendizaje de la vida han encontrado una nueva
forma de ver el poder. “Por aquel entonces nos decían que la revolución
estaba a la vuelta de la esquina, han pasado 45 años y todavía no ha
llegado”, señala el profesor José Daniel Sánchez, “la revolución llega
como la planteaba aquel mayo, empezando por uno mismo. Una revolución de
los sueños, del sexo, del amor, de las opciones y reivindicaciones más
fundamentales del ser”.
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