Bogotá, Mayo de 1988
LAS RAICES DE LA REBELIÓN
Pronto se cumplirán 20 años del movimiento estudiantil de 1971, acaso  tenga algún interés, en estos días de turbulencias, con el futuro  preñado de incógnitas, que quienes tuvimos que ver de cerca con aquellas  magníficas jornadas escribamos algunas de nuestras impresiones -ya  decantadas por el tiempo- sobre sus raíces y sus resultados.
El del 71  fue contemporáneo de muchos movimientos similares en todo el mundo de  entonces, características de una época en que los vientos de la  revolución soplaron con gran fuerza en todo el globo. En efecto, los  pueblos de la tierra agrupados bajo la común denominación de Tercer  Mundo, irrumpieron en una especie de insurgencia casi generalizada,  frustrados e iracundos, dispuestos a volver realidad por su propia  cuenta las promesas de bienestar y prosperidad incumplidas por ese mundo  de posguerra, el neocolonialismo, organizado bajo la égida de los  Estados Unidos. El conflicto de Corea, la victoria del Dien Bien Phu, la guerra de liberación de Argelia, el movimiento de Patricio Lumumba y, sobretodo, en el ámbito de América Latina, la revolución cubana, fueron sus principales momentos estelares. A ello se agregó, en la década siguiente, la de los años sesenta, la polémica de los comunistas chinos capitaneada por Mao Tsetung contra la dirección del PCUS jruschovista, la guerra del Viet Nam, y de nuevo China, con su gran revolución cultural que estremeció las milenarias tradiciones. Las muchedumbres pauperizadas del campo y las ciudades en los países oprimidos, particularmente sus jóvenes intelectuales, fueron especialmente sensibles a estas influencias emancipadoras.
Un espíritu de independencia nacional, un enfoque revolucionario sobre  los problemas y una rebelión creciente levantaron la cabeza por doquier.  Colombia, como el resto de países latinoamericanos, no podía permanecer  inmune al vivificador influjo, acabado el país de salir de una guerra  civil, la fórmula que sus dirigentes acordaron y le aplicaron fue el  monopolio bipartidista, liberal-conservador, del poder. Aquel curioso  retorno a la democracia representativa entusiasmó muy poco a los  colombianos nacidos en los decenios de los años cuarenta y cincuenta.  Tampoco inspiraba la glorificación de lo existente la congestión de las  grandes villas que se volvieron verdaderas ciudades repletas de  conflictos sociales por la afluencia de masas desarraigadas por la  Violencia del campo, a las que ni empleo, ni vida decorosa podía ofrecer  una precaria industria. Recuérdese que a estas desventuras de país  subdesarrollado venía a juntarse una creciente y difundida conciencia  tercermundista de que la causa de las mismas era la expoliación  económica extranjera, norteamericana en nuestro caso, y agréguese a este  cuadro el tremendo atractivo ejercido por una muy cercana revolución  cubana, más alguna dosis de cultura universal superior, y tendremos  reunidos los elementos básicos de donde surgió el rebelde típico de los  años sesenta. Al lado de los espectros de una violencia conocida de  cerca o de lejos en la niñez, se colocaron ahora una inconforme actitud  ante la pobreza en aumento y una democracia embozalada y, especialmente,  los resplandores de acontecimientos de hombres que parecían liberarse  de sus cadenas en otras latitudes. En el gran drama subsiguiente del  país, o deplorable tragicomedia, según se mire, lo demás dependió del  carácter y las condiciones de los individuos.
Por aquellos días el movimiento de liberación nacional de los países  adquirió la dimensión de una auténtica fuerza histórica mundial, no como  ahora cuando con tanta frecuencia los lleva a convertirse en tristes  peones o carne de cañón de las superpotencias, principalmente de la de  Oriente, como sucede con Cuba y Nicaragua. La cosa llegó a tanto bajo  aquel ímpetu de los sesenta, que afloró incluso en los principales  centros de Europa occidental y en la misma Norteamérica. La resonancia  del movimiento de Mayo del 68 y de los sucesos de la Universidad de Kent  los convirtió en paradigmas mundiales de la insubordinación juvenil,  siendo como fueron, resultados agrandados de un impulso revolucionario  cuyas fuentes fueron las tumultuosas tierras de Asia, Africa, y América  Latina.
EL 71, REMATE DE UNA EPOCA
En Colombia, durante el final de los años cincuenta y en el decenio de  los sesenta se fundaron numerosas organizaciones proclamadas  revolucionarias, varias de las cuales promovieron sus propias guerrillas  –en una de las cuales cayó el sacerdote Camilo Torres-; en el  movimiento obrero se conformó un sector independiente que intentó  organizar una nueva central, la agitación estudiantil adquirió una  frecuencia e intensidad inusitadas y el establecimiento se llevó un buen  susto en Abril de 1970, cuando la corriente política no tradicional más  importante de la década precedente, la Anapo, acusó al gobierno de  incurrir en el fraude en las elecciones presidenciales y amenazó con  lanzarse a un levantamiento... que no tuvo lugar. En cierto sentido, las  jornadas estudiantiles de 1971 constituyeron el remate, el epílogo de  aquella época. Sin duda, este movimiento fue dentro de su género, el más  prolongado, extendido, masivo y claro en sus objetivos de cuantos hayan  tenido lugar en la historia del país. Los estudiantes se sublevaron  contra el despotismo imperante en los claustros y cuando se desencadenó  la represión oficial, lejos de amainar, el motín arreció. Tan impetuosa  marcha en pos de lo nuevo de parte de la energía vital de la nación, su  juventud, despertó las simpatías de los más avanzado del país. El  sindicalismo independiente apoyó activamente los reclamos  universitarios. La intelectualidad progresista saludó entusiasta el  desacato y la protesta.
Fue librada una gran lucha por democratizar la dirección de las  universidades, elevar el nivel científico de la enseñanza, preservar los  derechos de los estamentos del campus –especialmente la libertad de  cátedra-, y lograr una financiación estatal adecuada que permitiera la  nacionalización de toda la educación. La batalla tuvo como fuerza  dirigente orientadora a la juventud patriótica JUPA, organización  juvenil del MOIR. En mi calidad de integrante de la jefatura nacional  del movimiento fui, si no el principal, sí el más controvertido de los  dirigentes de la formidable movilización. Hice de vocero de sus demandas  ante el Consejo Nacional de Rectores y el país entero conoció las  urgencias de la juventud estudiosa. Un personaje que andando el tiempo  llegaría a pasar como adalid de la renovación social, Luis Carlos Galán,  presentó al Congreso, como ministro de educación del gobierno de  Pastrana Borrero, un reaccionario proyecto de legislación sobre el  régimen universitario; felizmente, el proyecto fue derrotado por los  estudiantes desde la calle y archivado por sus autores. La pugna terminó  con una gran victoria: por primera y única vez en nuestra historia  republicana, las universidades Nacional y de Antioquía obtuvieron un  gobierno verdaderamente democrático, integrado principalmente por  profesores y estudiantes. Atribuir la breve existencia de aquel  cogobierno a su inconveniencia para nuestro sistema universitario es  algo tan superficial como concluir que la gesta independentista no debió  arrancar el 20 de Julio de 1810 porque pocos años después fue sofocada  por el Pacificador Morillo.
LA HORA DEL BALANCE
La década de los sesenta puede catalogarse como positiva en tanto  impulsó toda una legión de jóvenes a la búsqueda de nuevas soluciones  para el país que superaron el horizonte restringido del Frente Nacional  Bipartidista, originando así el movimiento revolucionario contemporáneo  de Colombia. Y sobre todo, en cuanto encaminó ese proceso, al menos en  sus inicios, por fuera de los cartabones prosoviéticos del  autodenominado Partido Comunista al que bautizaron por entonces  “mamerto”, con un tino destinado a perdurar. Pero es indudable también  que la época ejerció una muy perniciosa influencia en la medida en que  difundió el espejismo –resultante de aplicar erróneamente la experiencia  cubana- de creer que el país, si no estaba ya en plena insurrección, se  hallaba a las puertas de la misma. EL resultado de tan funesta  alucinación, hoy en pleno clímax, han sido casi 30 años de las más  disparatadas acciones y prácticas injustificables en nombre de la  revolución. Sobre los elementos dirigentes de la juventud de aquel  tiempo he de decir que algunos han caído lastimosamente sacrificados en  aras de una concepción extremoizquierdista, totalmente errada, que acabo  de señalar.
Otros atemperados sus furores mozos con el paso de los almanaques,  arribaron a las filas de la burocracia oficial o a las jerarquías de los  partidos tradicionales, o al menos al séquito de sus asesores,  especialmente del liberal. Y no son pocos los que, sin haber tenido un  trágico desenlace ni haber cambiado abiertamente de casaca, vegetan en  un escepticismo diletante y estéril, propio de los espíritus poco recios  ante los tropiezos y los tiempos difíciles. En cuanto a mí, hago parte  de esa clase de hombres y mujeres, maduros y jóvenes, que no han  sucumbido ni a la desesperación que precipita a las aventuras, ni ante  el pretendido “realismo político” y su cortejo de claudicaciones  piadosas. En 1971 era integrante de la Juventud Patriótica de MOIR, el  partido revolucionario dirigido por Francisco Mosquera, hoy soy miembro  de su Comité Ejecutivo Central. Como mi partido, desde una posición  marxista-leninista, creo que sólo una política de unidad nacional  conviene al país en la crítica hora que vive. Guiarse por las enseñanzas  de Mao Tsetung puede no ser empresa fácil en esta época de  trastrocamiento universal, en que la URSS dejó de ser roja hace decenios  y es responsable de que el mundo confunda al socialismo, traicionado  desde el Kremlin, con el socialimperialismo y el socialfacismo que Moscú  profesa y practica. La gente a que me refiero simplemente no identifica  la vigencia histórica de las concepciones revolucionarias con el azar  de nuestra suerte personal. Nuestro tiempo vendrá y allí estaremos.

 
 
4 comentarios:
Buenas noches: Quisiera saber si ustedes tienen un correo interno para establecer comunicación con ustedes ya que me interesa este momento histórico del movimiento estudiantil porque estoy realizando un documental sobre el tema y me gustaría entrevistarlos. Atentamente, Indira Gironza
Hola, soy una periodista española radicada en Barranquilla. Estoy realizando un trabajo de investigación sobre mayo del 68 en Colombia para la revista dominical Latitud, ElHeraldo. ¿Tendrían un correo a través del cual poder mantener comunicación más directa? estoy muy interesada por los contenidos del blog. Saludos.
Holo Paula.
Este es mi correo cc.mauz@ GMA!L .com
(puse gmail de ese modo para evitar spybots)
Me da error el correo. Puedes escribirme pauromgon@gmail.com
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